20 noviembre, 2009

La derrota de la cábala

El fútbol es la religión con más adeptos y templos del mundo.

Los fanáticos de la fe futbolera le ganan por goleada a los racionalistas de la redonda, que aparecen esporádicamente para despotricar con su intelecto y criticar con piedad a los feligreses de la redonda.

Entre los códigos de los que viven el fútbol con el corazón caliente, las cábalas ocupan un lugar preferencial.

Algunos usan la misma ropa para ver los partidos. Piensan en el lugar desde donde suelen ver los partidos que se ganan. Consideran con quien ver los partidos.

Entienden la magia oculta en el color de la camiseta, su marca, su número.

Comprenden que en ciertas secuencias de un partido o campeonato se vpueden ver las señales de la suerte.

Consideran la noción de la racha. De llegar como puntos o como banca a un partido, a un clásico, al Mundial, que se merece la mayúscula.

Algunos, como yo, creen que hay derrotas necesarias y oportunas. Créanme que no es porque se aprenda de ellas, si fuera así yo ya tendría varios doctorados.

La derrota conveniente es la que evita desperdiciar momentos y aciertos que harán falta en el futuro.

Por ejemplo, si el defensor se equivoca cometiendo un penal y errando luego un gol en el área chica en la última jugada, que le pase en un amistoso. En el partido que defina la alegría de una vida que no se equivoque, que la mano no lo traicione y el frentazo se clave en el ángulo.

Hay felicidades que perduran y traicionan. Son las grandes victorias, que emocionan por su magnitud.

Es la copa levantada, la eliminación del rival de siempre, la vuelta olímpica.

Los grandes ganadores generalmente se levantan de derrotas humillantes que los convierten en gladiadores.

Por eso el hincha cree que las resurrecciones y los milagros son posibles.

Siempre hay un momento en que la suerte cambia, y de un acierto resurge la chance del éxito.

Por eso, por la cábala de ir de menor a mayor, creo que hay derrotas que sirven. Solamente hay que encontrar la manera de que la tendencia cambie, que el equipo se organice, que de la mística reemplace a la violencia y las torpezas, e incube el juego, la alegría y la esperanza del éxito.

10 noviembre, 2009

Gol de media cancha

En el fútbol, ya se sabe, goles son amores.

Una de las alegrías máximas es el momento en el que el equipo favorito logra marcar un gol. Y si son varios, mucho mejor.

Por supuesto que hay goles y goles.

Están los que abren el camino a la victoria.

Los que generan la ilusión pasajera que se va con la remontada del rival.

Los que encausan un partido difícil, trabado, muy parejo y peleado.

Los del honor, para marcar presencia en una goleada que nos deja maltrechos.

Están los goles “de otro partido”, que por sus características estéticas, disonantes con el trámite del juego, son memorables.

Los hay de todo tipo.

Los que resultan de una jugada colectiva.

Los que nacen de una incursión individual.

Los que vienen después de un centro por tiro libre o de esquina.

Los que llegan de carambola después de varios rebotes.

Los tristes goles en contra.

Los goles que son más desacierto del arquero que producto del delantero.

La lista puede seguir por varios días.

Entre todos los tipos de goles existentes creo que el imaginario popular destaca como de mayor envergadura algunos muy especiales.

El gol olímpico: genialidad que desde el tiro de esquina se clava en el arco, sin intermediación alguna.

El gol de media cancha: tan inusual como el anterior, requiere de potencia por parte del atacante y un factor sorpresa para el arquero.

Es tan especial este tipo de gol que habitualmente el futbolero, hablando sobre un gran acierto en cualquier orden de la vida, dice que es “un gol de media cancha”.

Espero que todos ustedes tengan la oportunidad de festejar un gol de este tipo en su vida.

Es una alegría enorme.

Se los digo por experiencia: disfruté de uno así el sábado pasado.

Todavía mi memoria pasa el “replay” a cada rato, justo antes de recordar a mi hijo levantar los brazos al cielo, puño cerrado y sonrisa en la cara.