14 octubre, 2009

Alivio

La suerte indicó que uno que entraba a defender la pescara en el área para marcar el gol de la victoria, que obligará a estudiar geografía: ahora deberemos aprender nombres de ciudades sudafricanas.

El fútbol a veces es así, premia al que quiere y busca menos, pero acierta en su única oportunidad.

Para algunos el pasaje al mundial es la alegría de la vida.

Esta vez creo que para una gran cantidad de albicelestes, en cambio, es el alivio de evitar la cargada de los que estaban esperando que nos quedáramos en el camino.

Hoy respiramos. Nos salvamos del abismo.

La ilusión se irá renovando poco a poco.

Estaremos atentos al sorteo, esperando que esta vez el rey vecino no nos saque la bolilla caliente de una potencia europea.

Quizá tengamos que prepararnos, una vez más, para el “grupo de la muerte”.

Estudiaremos a los rivales y sus temibles artilleros. Descubriremos defensas impenetrables.

Repasaremos la historia y abrazaremos la idea de que muchas veces campeones son los que no llegaron bien.

Volverán a rondar los fantasmas del pasado y nos acordaremos de las tristes despedidas que nos tocó vivir.

Reaparecerán las teorías conspirativas.

Mientras, comenzarán los conteos regresivos y los sorteos de viajes.

Aumentará la venta de televisores.

Los "cabuleros" estarán atentos a la marca, el diseño y el lugar de fabricación del nuevo modelo de camisetas. Se venderán muchas, de las originales y de las truchas.

Esperaremos la lista definitiva de convocados. Seguirá la polémica y se reconstituirá la esperanza de que alguna estrellita europea demuestre sus quilates ya jugando contra equipos de todo el mundo.

Volverán los días de junio en que las escuelas dejan de dar clases para ver los partidos.

Los medios harán notas para mostrar cómo se viven los partidos en la Quiaca, Usuahia o los dos.

Pero momento... no hay que adelantarse.

Hay que aprovechar un poquito de tranquilidad… un suspiro y un poco de calma nos vienen bien por ahora.

13 octubre, 2009

Hora y media

Noventa minutos, o un poquito más, definirán el humor de un mes o hasta cuatro años.

El fútbol es así: marca el ritmo del corazón de los que sufrimos por amor a la camiseta. Por querer la gloria. Por evadir las cargadas lacerantes.

En términos generales el hincha siempre quiere ver a su equipo jugar bien y ganar. Cuando la materia prima es escasa o está desorganizada, el conformismo también se encuentra en ganar uno a cero aunque sea con un gol en contra. Y a veces hasta un empate se festeja.

El resultado define el humor y también las expectativas.

El éxito despierta el apetito y multiplica las exigencias. El fracaso potencia las urgencias.

En términos muy específicos, hay partidos que son distintos. Son únicos. Se los llama “clásicos”. Sabemos muy bien que esos son los que se deben ganar si o si. O, al menos, como único Plan B, no perder.

Las ambiciones estéticas se diluyen y el resultado final es lo más importante.

Esta renuncia a las pretensiones de belleza futbolística se firma con escribano público si del resultado depende una clasificación, un campeonato o un ascenso (ni que hablar de un descenso).

El hincha necesita el resultado. Está dispuesto a alentar siempre y cuando desde la cancha perciba que la actitud del equipo lo merece. El límite entre los gritos de apoyo y los insultos está precisamente en la percepción de que alguien no puso la pierna fuerte, no corrió lo que debía, no se tiró al piso si hacía falta.

La actitud, importante en cualquier orden de la vida, es imprescindible en un clásico. En los partidos que definen todo no hay lugar para timoratos, indecisos y desentendidos.

A veces con pura actitud se da vuelta un resultado y se logra lo que no estaba en cálculos de nadie. La belleza de la sorpresa del fútbol, quizá único deporte en el que el más débil o el que llega peor puede llevarse la gran alegría.

El buen juego puede ser un gran aliado para el resultado, pero el destello no debe ser de pirita. El oro verdadero es para los que se visten el traje de héroes, meten o evitan goles. Pasar a cuatro aunque sea con dos caños y quiebres de cintura, para tirarla afuera, no abre un espacio en el lugar de los destacados.

La actitud, entonces, fundamental. El buen juego, una gran ayuda.

Y, por último, la suerte. Esa es la que puede terminar guiñando el ojo a uno o a otro. Veremos cómo se comporta en estos días, y para qué lado yira el mundo, cuando dos archirrivales tangueros definan, en poquito más de hora y media, el humor de varios años.