13 octubre, 2009

Hora y media

Noventa minutos, o un poquito más, definirán el humor de un mes o hasta cuatro años.

El fútbol es así: marca el ritmo del corazón de los que sufrimos por amor a la camiseta. Por querer la gloria. Por evadir las cargadas lacerantes.

En términos generales el hincha siempre quiere ver a su equipo jugar bien y ganar. Cuando la materia prima es escasa o está desorganizada, el conformismo también se encuentra en ganar uno a cero aunque sea con un gol en contra. Y a veces hasta un empate se festeja.

El resultado define el humor y también las expectativas.

El éxito despierta el apetito y multiplica las exigencias. El fracaso potencia las urgencias.

En términos muy específicos, hay partidos que son distintos. Son únicos. Se los llama “clásicos”. Sabemos muy bien que esos son los que se deben ganar si o si. O, al menos, como único Plan B, no perder.

Las ambiciones estéticas se diluyen y el resultado final es lo más importante.

Esta renuncia a las pretensiones de belleza futbolística se firma con escribano público si del resultado depende una clasificación, un campeonato o un ascenso (ni que hablar de un descenso).

El hincha necesita el resultado. Está dispuesto a alentar siempre y cuando desde la cancha perciba que la actitud del equipo lo merece. El límite entre los gritos de apoyo y los insultos está precisamente en la percepción de que alguien no puso la pierna fuerte, no corrió lo que debía, no se tiró al piso si hacía falta.

La actitud, importante en cualquier orden de la vida, es imprescindible en un clásico. En los partidos que definen todo no hay lugar para timoratos, indecisos y desentendidos.

A veces con pura actitud se da vuelta un resultado y se logra lo que no estaba en cálculos de nadie. La belleza de la sorpresa del fútbol, quizá único deporte en el que el más débil o el que llega peor puede llevarse la gran alegría.

El buen juego puede ser un gran aliado para el resultado, pero el destello no debe ser de pirita. El oro verdadero es para los que se visten el traje de héroes, meten o evitan goles. Pasar a cuatro aunque sea con dos caños y quiebres de cintura, para tirarla afuera, no abre un espacio en el lugar de los destacados.

La actitud, entonces, fundamental. El buen juego, una gran ayuda.

Y, por último, la suerte. Esa es la que puede terminar guiñando el ojo a uno o a otro. Veremos cómo se comporta en estos días, y para qué lado yira el mundo, cuando dos archirrivales tangueros definan, en poquito más de hora y media, el humor de varios años.

1 comentario:

  1. Puedo leer con una sonrisa tus ocurrencias ansiosas y nerviosas acerca del resultado Argentina-Uruguay y preguntarme qué es la pirita, con la emoción ajena de quien no le importa un comino ni el resultado ni el juego... Ojalá que el equipo gane mañana, sólo para que tu ánimo futbolero-mundialista no esté por el piso en los próximos...¡1.460 días!

    ResponderBorrar